de Giulietto Chiesa.
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Lo que más que nada tendrÃa que atraer la atención de los organizadores de las mil y una manifestaciones en celebración de la caÃda del muro de BerlÃn, es el hecho de que hace veinte años las expectativas, las hipótesis sobre el futuro que nos esperaba, el cambio que la historia se preparaba a experimentar, eran completamente equivocadas.
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Nada de lo que fue escrito en ese entonces, exaltado, imaginado, supuesto, elucubrado, esperado o temido, se ha realizado.
He aquà un modo interesante, quizás el único verdaderamente interesante, de conmemorar la caÃda del muro.
Desgraciadamente nadie lo hace. Los “celebradores”, que generalmente son los modestos secretarios de los epÃgonos de aquellos que se consideran los vencedores de la guerra frÃa, repiten el mantra sin pensar demasiado. Una de las cosas más hilarantes notadas en estos meses, en las preparaciones del festejo victorioso, es la reaparición en escena de Lech Walesa y de Solidarnosc: ambos invitados por el culto y la Ãnclita para contarnos como fueron ellos, ellos en primer lugar, quienes provocaron la caÃda del muro. Sintiendo esa evocación siento un casi instintivo impulso de hilaridad, como cuando escucho a alguien que todavÃa hoy, como si no se hubiera dado cuenta de donde estamos, cita todavÃa al Francis Fukuyama que hay que decir que con gran Ãmpetu y sentido de los negocios, aunque no precisamente con previsión profunda, sentenció el sobrevenir del “final de la historia”.
Para los más jóvenes ya se trata de algo pasado, en éste caso merecidamente en verdad. Pero para quien no es tan joven, fue un momento emocionante de verdad descubrir que, más allá del océano habÃan redescubierto al gran filósofo Hegel y lo habÃan encuadrado a su pesar, en la celebración hollywoodense de la aseveración final del EspÃritu, sub especie de los Estados Unidos de América.
Bromas aparte, sin embargo, valdrÃa la pena preguntarse ¿cómo puede ser que nos hayamos encontrado con estos resultados?
Se sabe que el hombre es falible y que leer en el futuro ha sido siempre difÃcil. Pero en este caso ha sido la ideologÃa (en el preciso sentido marxiano de la “falsa consciencia”), que nos ha jugado a todos una malÃsima broma, obnubilando cada veleidad profética.
Creyeron haber vencido y celebraron su victoria – y en realidad fue su victoria – sin preguntarse cuánto habrÃa durado. El “cuánto” no les preocupaba, habiéndola considerado inmediatamente como “final”, precisamente eterna, como Fukuyama se habÃa apresurado en calificarla. No pudiendo imaginar que apenas veinte años después – y veinte años son de verdad un suspiro – habrÃan tenido que celebrar un mar de dificultades.
Por lo tanto, para decirlo brutalmente, la celebración se hace en el signo del “final del comunismo”. Solo que sucede en el momento en el cual la sociedad de vencedores (que no podemos llamarla sociedad del capitalismo porque en el entretiempo el mismo capitalismo se ha vuelto tan irreconocible, que mirándose en el espejo, como Dorian Grey, no creerÃa a sus propios ojos) está en medio de la más grave crisis de su propia historia.
Crisis múltiple, crisis de lÃmites, crisis sin vÃa de salida visible, callejón sin salida. Y también la ausencia de ideas, estupidización de las clases dirigentes, agonÃa de los valores, comenzando por aquellos de la democracia liberal y terminando con el mundo actual, en el cual las élites se vuelven cada vez más similares a las bandas criminales y cuando no son eso mismo, se asocian a los criminales y los cubren cubriéndose.
En resumen: han perdido el control. Y de frente a ellos sobresalen desmesurados interrogantes y ninguna certeza. ¿Era esto lo que se pensaba en 1989?
Nada de todo esto era imaginable. Sin embargo recuerdo a Mikhail Gorbaciov, cuando emprendió su perestroika, dijo una frase que me ha quedado grabada: “perestroika para la URSS, pero también para el mundo entero”. Como ha sucedido en otros momentos de transición históricos, existen mentes que saben vislumbrar, aunque no lo puedan dominar, lo que está por suceder. Estaba claro que en la URSS habrÃa problemas inmensos, sacudÃa todo el panorama mundial, levantaba olas gigantescas que se habrÃan quebrado, como una serie de tsunamis (la palabra la hemos inventado después) en costas incluso muy lejanas. Algo muy similar lo habÃa dicho, años antes, otro grande del siglo XX, Enrico Berlinguer, con algunas advertencias que quedaron sin ser escuchadas, porque antes que nada, no fueron comprendidas: la austeridad, la cuestión moral, la inevitable diversidad que conservar para quien se ponga el objetivo de cambiar las cosas.
Sucede que las mentes limpias, éticamente limpias pueden producir grandes ideas. Generalmente son derrotadas, pero esto nunca significa que sean perdidas.
Por lo tanto, veinte años después de la caÃda del muro tenemos que celebrar sólo la estupidez del Occidente vencedor y su incultura, además de su egoÃsmo. Pero éste occidente en plena e irreversible crisis (pues salga o no salga de ella, no será más el occidente que conocemos), está tratando de aplicar las reglas orwellianas: quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado. A esto sirven las celebraciones de éste veintenal, solo que ellos ya no controlan ni siquiera el presente.
Por esto creo que le tocará a la próxima generación hacer el gran esfuerzo, si es capaz, de reescribir la historia que los vencedores han borroneado.
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Tradución: Antimafiadosmil.com.
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